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Parent Category: Budismo Indien
Category: Indien Jatakas en español
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Jataka nº 1 "Cruzando el Desierto"

 

Ekanipata.

 

Apannaka Jataka

 

Mientras el Buda permanecía en el Monasterio de Jetavana, cerca de Sravasti, Anathapindika, el rico banquero, fue un día a presentarle sus respetos. Sus criados llevaban cantidad de flores, perfumes, mantequilla, aceite, miel, melazas, paños, y hábitos monásticos. Anathapindika prestó obediencia al Buda, le presentó las ofrendas que le había traído, y se sentó en el suelo respetuosamente. En aquel tiempo, estaba acompañado por quinientos amigos, los cuales eran seguidores de maestros heréticos. Sus amigos también le presentaron sus respetos al Buda, y se sentaron cerca del banquero. El rostro del Buda parecía una luna llena, y su cuerpo estaba rodeado por un aura radiante.

Tras escuchar la enseñanza del Buda, los quinientos abandonaron sus prácticas heréticas, y se refugiaron en las Tres Joyas: el Buda, el Dharma, y la Sangha. Después de esto, ellos iban regularmente con Anathapindika a ofrecer flores e incienso, y a escuchar la enseñanza. Ellos hicieron donaciones con generosidad, guardaron los preceptos, y llenos de fe observaban el Día de Uposatha. Poco después de que el Buda abandonara Saraswati para volver a Rajagaha, sin embargo, estos hombres abandonaron su nueva fe, y volvieron a sus anteriores creencias.

Siete u ocho meses más tarde, el Buda retornó a Jetavana. De nuevo, Anathapindika trajo a estos amigos a visitar al Buda. Le presentaron sus respetos, pero Anathapindika explicó que ellos habían olvidado su refugio, y que habían vuelto a reemprender sus anteriores prácticas.

El Buda preguntó:” ¿Es cierto que habéis abandonado el refugio en las Tres Joyas, por refugiaros en otras doctrinas?”

La voz del Buda era increíblemente clara, porque a través de miríadas de eones, siempre había hablado la verdad.

Cuando estos hombres lo oyeron, eran incapaces de ocultar la verdad. “Si, Bendito, es verdad” confesaron.

Entonces el Buda dijo:”Discípulos, en ningún lugar entre los infiernos más inferiores y los cielos más elevados, en ningún lugar en todos los mundos infinitos que se extienden a derecha e izquierda, hay alguien igual, y mucho menos superior, a un Buda. Es incalculable la excelencia que surge de obedecer los preceptos y otras formas de conducta virtuosa.”

Entonces Él declaró las virtudes de las Tres Joyas:”Tomando refugio en las Tres Joyas, uno escapa del renacer en los estados de sufrimiento”.

A continuación explicó que la meditación en las Tres Joyas lleva a la Iluminación, a través de los Cuatro Caminos Mahayana.

Él les recriminó: “Abandonando un refugio como este, verdaderamente os habéis equivocado. En el pasado, también hombres que locamente confundieron lo que no era un refugio con un verdadero refugio, encontraron el desastre. Realmente, ellos cayeron presas de los Yakshas (espíritus malignos) en la soledad, y fueron completamente destruidos. En contraposición, los hombres que se agarraron a la verdad, no solo sobrevivieron, sino que verdaderamente prosperaron en esa misma naturaleza hostil”

Anathapindika juntó sus manos, las llevó su frente, alabó al Buda, y le pidió que contara esa historia del pasado.

Entonces el Buda proclamó: “Para disipar la ignorancia del mundo, y para conquistar el sufrimiento, yo practiqué las Diez Perfecciones durante incontables eones. Escuchad atentamente, y os lo contaré”

Captando toda su atención, el Buda puso claro, como si la luna llena estuviera saliendo de entre un banco de nubes, qué renacimiento había tenido que ver con ellos.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Benarés, el Bodhisattva nació en una familia de mercaderes, y creció hasta convertirse en un sabio comerciante. Al mismo tiempo, en la misma ciudad, había otro mercader, un compañero muy estúpido, que no demostraba mucho sentido común.

Un día sucedió que cada uno de los dos mercaderes fletó una caravana de quinientos carros, repletos de costosas mercancías de Benarés, y se prepararon para ir en la misma dirección, y al mismo lugar, exactamente al mismo tiempo.

El mercader sabio pensó: “Si este tonto joven alocado viaja conmigo, y si nuestros cientos de carros permanecen juntos, será demasiado para la carreta. El encontrar leña y agua para los hombres será difícil, y no habrá suficiente yerba para los bueyes. Uno de los dos, él o yo, hemos de ir primero”

Le dijo al otro mercader:”Mira, los dos no podemos viajar juntos. ¿Quieres ir tu primero, o prefieres seguirme?”

El mercader insensato pensó:”Habrá muchas ventajas si yo tomo la delantera. Tendré una carretera, la cual aún no estará trillada. Mis bueyes podrán elegir la hierba. Mis hombres podrán escoger las hierbas salvajes para el curry. El agua no estará turbia. Y lo mejor de todo, es que seré capaz de fijar mi propio precio permutando mis mercancías” Considerando todas estas ventajeas, dijo: “Iré delante de ti, amigo mío”

El Bodhisattva estaba complacido de oír esto, porque él veía muchas ventajas en seguirlo más tarde. El razonó:”Al ir todos estos carros delante, nivelarán el camino donde esté impracticable, y yo podré utilizad el camino que ellos hayan abierto. Sus bueyes pastarán la hierba vieja y dura, y los míos pastarán donde hay hierba joven y fresca, que brotará en estos lugares. Mis hombres encontrarán hierbas frescas para el curry donde han sido cortadas las viejas. Donde no hay agua, la primera caravana tendrá que cavar para poder aprovisionarse, y nosotros podremos beber en las fuentes que ellos hayan escavado. El conseguir buenos precios es algo muy duro; él me hará el trabajo, y yo seré capaz de intercambiar mis artículos a los precios que él ya haya fijado”

Muy bien, amigo mío. Por favor, vete el primero” dijo.

Iré” dijo el alocado mercader; y unció sus carros y partió. Después de un cierto trecho, llegó a los aledaños de un yermo. Llenó todas sus grandes tinajas de agua antes de afrontar la travesía de las sesenta yojanas de desierto que se encontraban ante él.

El yaksha que frecuentaba esa soledad había estado observando a la caravana. Cuando había alcanzado el medio, usó sus poderes mágicos para con un conjuro crear la apariencia de un hermoso carruaje tirado por dos jóvenes toros de un blanco puro. Con un séquito de una docena de distinguidos Yakshas portando espadas y escudos, montaba en ese carruaje como si fuera un poderoso señor. Sus cabellos y sus ropas estaban húmedos, y tenía una guirnalda de lotos azules y de lirios de agua blancos alrededor de su cabeza. Sus asistentes también estaban húmedos y lucían guirnaldas. Incluso los cascos de los bueyes y las ruedas del carruaje estaban embarrados.

Como el viento estaba soplando de frente, el mercader iba al frente de la caravana para evitar el polvo.

El yaksha colocó su carruaje al lado del carro del mercader, y lo saludó con gran amabilidad. El mercader le devolvió el saludo, y apartó su carro a un lado para permitir el paso de la caravana, mientras el charlaba con el yaksha.

El mercader le explicó: “Estamos haciendo nuestro camino desde Benarés, señor. Veo que tus hombres están mojados y embarrados, y que tenéis lotos y lirios de agua. ¿Llovió mientras hacíais el camino?¿Vinisteis por donde hay estanques con lotos y lirios de agua?”

El yaksha exclamó:” ¿Qué quieres decir? Más allá de ahí, esta la espesura verde oscuro de la jungla. Y más allá de esto, está lleno de agua. Siempre está lloviendo allí, y hay muchos lagos con lotos y lirios de agua”

Entonces, pretendiendo interesarse por los negocios del mercader, le preguntó: “¿Qué tienes en esos carros?”

Mercancías caras” respondió el mercader.

¿Qué hay en este carro que parece llevar tanto peso?” preguntó el yaksha al paso del último carro

Está lleno de agua” contestó el mercader.

El yaksha le dijo:” Habéis sido precavidos trayendo con vosotros el agua tan lejos, pero ahora no es necesario, puesto que hay agua en abundancia en adelante. Podríais viajar mucho más rápidos y ligeros sin esas pesadas tinajas. Haríais mejor rompiéndolas y tirando el agua. Bueno, buen día” dijo de repente, y volvió su carruaje “Nosotros tenemos que seguir nuestro camino. Ya nos hemos parado demasiado”. Y se dirigió rápidamente hacia donde estaban sus hombres. Tan pronto como se perdieron de vista, dieron la vuelta, y regresaron a su ciudad.

El mercader fue tan tonto que siguió el consejo del Yaksha. Rompió todas las jarras, sin dejar ni tan siquiera una copa de agua, y ordenó a los hombres que apuraran el paso. Por supuesto, ellos no encontraron ni rastro de agua, y pronto se vieron exhaustos por la sed. A la puesta del sol, colocaron sus carros en círculo, y ataron a los bueyes a las ruedas; pero no había agua para los cansados animales. Sin agua, los hombres no podían ni tan siquiera cocinar el arroz. Se acostaron en el suelo, y se quedaron dormidos. Tan pronto como llegó la noche, los yakshas atacaron, matando a todos y cada uno de los hombres y de las bestias. Los demonios devoraron la carne, dejando solo los huesos, y se fueron. Los esqueletos fueron esparcidos en todas direcciones, pero los quinientos carros permanecieron con su carga intacta. Por lo tanto, el descuidado joven mercader fue la única causa de la destrucción de toda la caravana.

Después de dejar transcurrir seis semanas tras la marcha del alocado comerciante, el Bodhisattva se puso en camino con su caravana. Cuando alcanzó el borde del desierto, llenó sus tinajas de agua.

Entonces reunió a sus hombres y les dijo:”No utilicéis más cantidad de agua que la del cuenco de vuestra mano, sin mi permiso. Además, hay plantas venenosas en este yermo. No comáis ninguna hoja, flor, o fruto que nunca hayáis comido antes, sin enseñármela a mí primero”

Tras haber advertido a sus hombres con tal cuidado, dirigió la caravana a través del desierto.

Entonces, cuando habían alcanzado la mitad del desierto, el Yaksha apareció en el camino, e hizo lo mismo que la vez anterior. El mercader se dio cuenta de sus ojos rojos, y de su forma de comportarse sin ningún temor, y sospechó que había algo extraño. “Sé que no hay agua en este desierto” pensó para sí, “Además, este extraño no proyecta sombra. Tiene que ser un demonio. El probablemente engaño a aquel alocado comerciante, pero no sabe lo listo que yo soy”

¡Lárgate!” le gritó al Yaksha, “Nosotros somos hombres de negocios. Nosotros no tiramos nuestra agua antes de ver donde hay más para cogerla”

Sin decir nada más, el yaksha se fue.

Tan pronto como los Yakshas se fueron, los hombres del mercader se aproximaron a su jefe y le dijeron:”Señor, estos hombres traían lotos y lirios de agua en sus cabezas. Sus vestidos y sus cabellos estaban húmedos. Nos dijeron que frente a nosotros hay un tupido bosque en el que siempre está lloviendo. Déjanos tirar nuestro agua para que podamos ir más rápidos y con los carros aligerados”

El mercader mandó parar, y reunió a todos sus hombres. Les preguntó:” ¿Algún hombre entre vosotros ha oído, antes de hoy, que hubiera un lago o un estanque en este desierto”

No, señor. Es conocido como el Desierto sin Agua”

Tan solo nos han dicho unos extraños que hay una jungla lluviosa justo enfrente. ¿Desde qué distancia podría verse caer la lluvia?”

Desde una Yojana, señor”

¿Alguno de los hombres que están aquí ha visto tan siquiera la parte superior de una nube tormentosa?”

No, señor”

¿Desde qué distancia podría verse el resplandor de un relámpago?”

Desde cuatro o cinco yojanas, señor”

¿Alguno de los hombres aquí presentes ha visto el resplandor de un relámpago?”

No, señor”

¿Desde qué distancia puede escucharse el sonido de un trueno?”

Desde dos o tres Yojanas, señor”

¿Alguno de los hombres que está aquí ha oído un trueno?”

No, señor”

Estos no eran hombres, sino yakshas” les dijo el sabio mercader. “Están esperando a que tiremos nuestra agua. Entonces, cuando estemos débiles y desmayados, volverán para devorarnos. Puesto que el joven mercader que vino antes que nosotros no era un hombre con buen sentido, lo más probable es que haya sido devorado por ellos. Nosotros podemos esperar encontrar sus carros, que estarán tal y como fueron cargados. Probablemente los veamos hoy. Apresuraros, y ¡sin tirar ni una sola gota de agua!”

Tal y como el mercader había predicho, su caravana pronto encontró los quinientos carros con los esqueletos de los hombres y de los bueyes, esparcidos en todas direcciones. El ordenó a sus hombres agrupar a los carros en un círculo fortificado, que cuidaran a los bueyes, y que prepararan cena para ellos. Después de que los animales y los hombres se hubieran acostado a salvo, el mercader y sus hombres más leales, espada en mano, se mantuvieron de pie en guardia toda la noche.

Al amanecer, el mercader reemplazó sus carros más debilitados por otros que estaban mejor, y cambió sus mercancías, que eran más corrientes, por las abandonadas que eran más valiosas. Cuando llegó a su destino, fue capaz de cambiar sus mercancías a dos o tres veces su valor. El volvió de regreso a su ciudad sin haber perdido a un solo hombre de su grupo.

Esta historia se acabó, el Buda dijo: “Así fue, laicos, que en tiempos pasados, el insensato llegaba a ser completamente destruido, mientras que quienes se asían a la verdad se escapaban de las manos de los yakshas, lograban su objetivo a salvo, y volvían de nuevo a sus casas.

Este adoptar la verdad, no solo aporta felicidad, incluso renaciendo en el Reino de Brahma, sino que también lleva al logro de la condición de Arhat. El seguir lo que no es verdad, supone el renacer en los estados desafortunados del castigo, o en las condiciones más bajas de entre los humanos”

Después de que el Buda expusiera las Cuatro Verdades, aquellos quinientos discípulos fueron establecidos en el fruto del Primer Camino.

El Buda concluyó esta lección identificando los nacimientos como sigue:”El necio mercader joven era Devadatta, y sus hombres eran los seguidores de Devadatta. Los hombres del sabio mercader eran los seguidores del Buda, y yo mismo era ese sabio comerciante”

 

Jataka Nº 3 Los Mercaderes de Seriva.

Serivavanija Jataka

 

Para que un desanimado monje no tuviera arrepentimiento en el futuro, el Buda le contó esta historia en Savatthi para animarle a perseverar. El Buda le dijo: “Si abandonas tu práctica de esta sublime enseñanza que lleva al nirvana, tu sufrirás durante mucho tiempo, lo mismo que el mercader de Seriva que perdió un cuenco de oro valorado en cien mil piezas”

Cuando se le pidió que lo explicara, el Buda contó esta historia del remoto pasado.

Hace cinco grandes eones, el Bodhisattva era un honesto mercader que vendía artículos de lujo en el Reino de Seriva. A veces él viajaba con otro mercader del mismo reino, un amigo codicioso, que llevaba la misma mercancía.

Un día ambos cruzaron el Rio Televaha para hacer negocios en la bulliciosa ciudad de Andhapura. Como habitualmente, para evitar hacerse la competencia uno al otro, se dividieron la ciudad entre ellos, y comenzaron a vender sus artículos de puerta en puerta.

En esa ciudad había una destartalada mansión. Años atrás la familia habían sido ricos mercaderes, pero en la época de esta historia sus fortunas se habían quedado en nada, y todos los hombres de la familia habían muerto. Los únicos supervivientes eran una chica y su abuela, y ambas se ganaban la vida trabajando al jornal.

Esa tarde, mientras el buhonero codicioso estaba haciendo su ronda, llegó a la puerta de esa misma casa, gritando: “¡Se venden abalorios! ¡Se venden abalorios!”

Cuando la joven escucho estos gritos, le pidió a su abuela: “Por favor, abuela, cómprame una baratija”

La abuela le contestó: “Somos muy pobres, querida. No hay ni un céntimo en la casa, y yo no puedo pensar en nada que podamos ofrecer a cambio”

La muchacha de repente se acordó de un viejo cuenco. “Mira” gritó “Aquí hay un viejo cuenco. A nosotras no nos es de utilidad. Intentemos cambiarlo por algo más bonito”

Lo que la chica le mostraba a su abuela era un viejo cuenco, el cual había sido utilizado por el gran mercader, el difunto cabeza de la familia. Siempre había comido sus curris servidos en este hermoso y caro cuenco. Tras su muerte había sido arrojado entre las cazuelas y las sartenes, y había sido olvidado. Puesto que no había sido usado desde hacía mucho tiempo, estaba completamente cubierto por la suciedad. Las dos mujeres no tenían la menor idea de que era de oro.

La anciana le pidió al mercader que entrara y se sentara. Ella le mostró el cuenco, y dijo: “Señor, a mi nieta le gustaría una baratija. ¿Sería usted tan amable de coger este cuenco y darle a ella alguna cosa, u otro a cambio?”

El buhonero cogió el cuenco en sus manos y le dio la vuelta. Sospechando su valor, el rascó el fondo con una aguja. Con solo una mirada, el supo con certeza que el cuenco era de auténtico oro.

El se sentó allí ceñudo y pensando, hasta que su codicia se apropió de lo mejor de él. Por fin el decidió intentar apropiarse del cuenco sin darle nada a la mujer por él. Pretendiendo estar enfadado, el gruñía: “¿Por qué me traes este estúpido cuenco? ¡No vale ni medio céntimo!” El arrojó el cuenco al suelo, se levantó, y salió fuera de la casa aparentemente disgustado.

Puesto que habían llegado a un acuerdo ambos mercaderes por el que uno podía intentar vender en las calles que el otro ya había cubierto, el buhonero honesto llegó más tarde a la misma calle, y apareció ante la puerta de la casa gritando: “¡Se venden abalorios!”

Una vez más la joven le hizo la misma petición a su abuela, y la anciana le replicó: “Querida mía, el primer buhonero arrojó al suelo nuestro cuenco, y salió hecho una tormenta de la casa. ¿Qué nos queda por ofrecer?”

La chica repuso: “Oh, pero ese mercader era un antipático, abuela. Este parece y suena más amable. Pienso que lo aceptará”

Cuando el buhonero entró en la casa, las dos mujeres le ofrecieron asiento, y en silencio pusieron el cuenco en sus manos. Reconociendo inmediatamente que el cuenco era de oro, dijo: “Madre, este cuenco vale cien mil piezas de plata. Lo siento, pero yo no tengo tanto dinero”

Atónita ante sus palabras, la anciana dijo: “Señor, el otro buhonero que vino aquí hace poco dijo que no valía ni medio céntimo. Se enfadó, lo arrojó al suelo, y se fue. Si entonces no valía nada, tiene que haber sido debido a nuestras buenas acciones por lo que este cuenco se ha convertido en oro. Por favor, acéptelo y denos alguna cosa u otro a cambio. Nosotras estaremos más que satisfechas”

En aquel momento, el buhonero solo tenía quinientas piezas de plata, y artículos por valor de otras quinientas. El se lo dio todo a las mujeres, pidiéndoles poder quedarse él solo con su balanza, su bolsa, y ocho monedas para su pasaje de vuelta. Naturalmente, ellas estaban felices con el acuerdo. Después de darse profusamente las gracias por ambas partes, el mercader se dirigió al rio con el cuenco de oro. Le dio sus ocho monedas al barquero, y subió al bote.

No mucho después de que él se hubiera marchado, el buhonero codicioso retornó a la casa, dando la impresión de que había reconsiderado su oferta. Les pidió que sacaran su cuenco, diciendo que después de todo les daría alguna cosa u otro cuenco a cambio.

La anciana le espetó: “Eres un sinvergüenza. Nos dijiste que nuestro cuenco de oro no valía ni tan siquiera medio céntimo. Afortunadamente para nosotras, vino un mercader honesto después de que tú te marcharas, y nos dijo que su verdadero valor eran cien mil piezas de plata. Nos dio mil por él, y se fue con el cuenco, así que tú has llegado demasiado tarde”

Cuando el buhonero oyó esto, un intenso dolor se apoderó de él. Comenzó a gritar: “Me robó, me robó. El tiene mi cuenco de oro que vale cien mil”

Llegó a ponerse histérico y perdió todo control. Arrojando al suelo su dinero y sus mercancías, él rasgó su camisa, agarró el astil de su balanza como si fuera un garrote, y corrió hacia la orilla del rio para coger al otro mercader.

Cuando él llegó al rio, el bote ya se encontraba en medio de la corriente, El gritaba para que el bote volviera a la orilla, pero el buhonero honesto, que ya había pagado, tranquilamente le dijo al barquero que continuara.

El frustrado mercader solo podía permanecer allí, en la orilla del rio, y ver como su rival escapaba con el cuenco de oro. El ver esto lo enfureció tanto que un odio fiero surgió dentro de él. Su corazón hervía, y la sangre le salía por la boca. Finalmente, su corazón se rompió como el barro que hay en el fondo de un charco secado por el Sol. Tan intenso fue el odio irracional que desarrolló contra el otro mercader debido al cuenco de oro, que pereció allí y en aquel momento.

El mercader honesto retornó a Seriva, donde vivió una vida plena ocupado en la caridad y en otras buenas acciones, y murió de acuerdo a sus merecimientos.

Cuando el Buda terminó esta historia, él se identificó a sí mismo como el mercader honrado, y a Devadatta como el mercader codicioso. Este fue el comienzo del implacable rencor que Devadatta sintió contra el bodhisattva a través de innumerables vidas.

 

 

Jataka Nº 18 La Cabra que Reía y Lloraba

Matakabhatta Jataka

Un día, mientras el Buda estaba en Jetavana, algunos monjes le preguntaron si había algún beneficio en el sacrificio de cabras, ovejas, y otros animales como ofrendas para los familiares difuntos.

El Buda respondió: “No monjes, nunca viene nada bueno del quitar la vida, ni siquiera cuando el propósito es el de dar un Festín a los Muertos.”

Entonces les contó esta historia del pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Varanasi, un brahmán decidió ofrecer un Festín a los Muertos, y compró una cabra para sacrificarla.

Les dijo a sus estudiantes: “Hijos míos, llevad a esta cabra hasta el rio, bañadla, cepilladla, colgadle una guirnalda alrededor de su cuello, dadle algo de grano para que coma, y traedla de vuelta aquí”

Sí, señor” le contestaron, y llevaron la cabra hacia el rio.

Mientras la estaban acicalando, la cabra comenzó a reír con un sonido similar al de una cazuela rompiéndose. Entonces, de la misma forma tan extraña, comenzó a llorar de forma muy sonora.

Los jóvenes estudiantes estaban muy asombrados ante este comportamiento, y le preguntaron a la cabra: “¿Por qué comenzaste a reír de repente, y por qué ahora tú lloras tan alto”

La cabra les contestó: “Repetid vuestra pregunta cuando volvamos junto a vuestro maestro”

Los estudiantes, apresuradamente, llevaron la cabra de vuelta a su maestro, y le dijeron lo que había sucedido en el rio. Oyendo la historia, el propio maestro le preguntó a la cabra por qué se había reido, y por qué después había llorado.

La cabra contesto: “En tiempos pasado, brahmán, yo también fui un brahmán que enseñaba los Vedas, lo mismo que ahora haces tú. Yo también sacrifiqué una cabra como ofrenda para un Festín a los Muertos. Por haber matado a esa sola cabra, se me ha cortado la cabeza 499 veces. Reía en voz alta cuando realicé que este es mi último nacimiento como un animal destinado al sacrificio. Hoy me liberaré de mi miseria. Por otro lado, yo lloré cuando realicé que, debido al matarme, tú también puedes ser destinado a perder tu cabeza 500 veces. Fue apenado por ti por lo que lloré”

Bien cabra” dijo el brahmán “en ese caso, no te voy a matar”

La cabra exclamó: “¡Brahmán, tanto que tú me mates, como que no lo hagas, yo no puedo escapar hoy de la muerte!”

El brahmán le aseguró a la cabra: “No te preocupes. Yo cuidaré de ti”

La cabra le contestó: “No comprendes. Tu protección es débil. La fuerza de mis malas acciones es muy fuerte”

El brahmán desató a la cabra, y les dijo a sus estudiantes: “No permitáis que nadie le haga daño a esta cabra”

Ellos obedientemente siguieron al animal para protegerle. Después de que la cabra fue liberada, comenzó a pastar. Ella estiró su cuello para alcanzar las hojas de un arbusto que crecía cerca de la parte superior de una gran roca. En ese mismo instante la chispa de un relámpago alcanzó la roca, rompiendo un afilado trozo de piedra, que voló por los aires e impactó cortando la cabeza de la cabra. Una multitud de gente se reunió alrededor de la cabra muerta, y comenzó a hablar de forma agitada sobre tan asombroso accidente.

Un dios había estado observándolo todo, desde la compra de la cabra, hasta su dramática muerte, y sacando una lección del incidente, les enseñó a la gente:”Si la gente tan solo supiera que el castigo será el renacer en el sufrimiento, dejarían de quitar la vida. Un horrible destino aguarda a quién mata” Con esta explicación de la ley del karma el dios instauró en sus oyentes el miedo al infierno. Le gente estaba tan atemorizada que abandonaron por completo el sacrificio de animales. El dios además instruyó a aquella gente en los Preceptos, y los instó a hacer el bien.

A su debido tiempo, ese dios murió de acuerdo sus méritos. Durante varias generaciones tras estos hechos, la gente permaneció guardando con fe los Preceptos, y pasaban susvidas practicando la caridad y las obras meritorias, de tal forma que muchos fueron los que renacieron en los cielos.

El Buda finalizó esta lección, e identificó el nacimiento diciendo: “En aquellos días, yo era ese dios”

 

Jataka Nº 89 La Paja que Valía más que el Oro.

Kuhaka Jataka

El Buda contó esta historia en Jetavana al existir un monje amigo de la intriga, el cual era la fuente de numerosos problemas para los demás monjes.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Varanasi, un taimado asceta con unas largas greñas vivía cerca de cierto pequeño poblado. El terrateniente había construido una modesta ermita en el bosque para él, y diariamente lo proveía con excelente comida en su propia casa.

El terrateniente tenía un gran miedo a los ladrones, y decidió que la forma más segura de proteger su dinero era esconderlo en un sitio inverosímil. Creyendo que el asceta de las largas greñas era un modelo de santidad, le trajo cien piezas de oro a la ermita, las enterró allí, y le pidió al asceta que guardara el tesoro.

No hay necesidad de decirle más, Señor, a un hombre como yo que ha renunciado al mundo. Nosotros los ermitaños nunca codiciamos lo que les pertenece a otros”

Eso es maravilloso” dijo el terrateniente, quien se marchó completamente confiado con las declaraciones del ermitaño.

Tan pronto como el terrateniente se perdió de vista, el asceta se dijo a sí mismo: “¡Aquí hay bastante para que un hombre pueda gastar durante toda su vida!”

Tras dejar pasar unos días, el ermitaño sacó el oro y lo volvió a enterrar convenientemente a un lado del camino. A la mañana siguiente, después de comer arroz y suculento curry en la casa del terrateniente, el asceta dijo: “Mi buen Señor, yo he permanecido aquí, mantenido por ti, durante mucho tiempo. Francamente, el vivir tanto tiempo en un mismo sitio es como vivir en el mundo, lo cual les está prohibido a los ascetas como yo. Verdaderamente yo no puedo permanecer aquí más tiempo; ha llegado el tiempo de que yo me vaya”.

El terrateniente le instó a que se quedara, pero nada pudo torcer la determinación del ermitaño.

Bien, entonces si tiene que irse, le deseo buena suerte” dijo el terrateniente.

De mala gana escoltó al asceta hasta las afueras del poblado, y retornó a su casa.

Después de haber andado un trecho solo, el asceta pensó que sería bueno engatusar al terrateniente. Colocando una paja en sus greñas, se apresuró a volver al poblado.

¿Qué le trae de vuelta?” preguntó el sorprendido terrateniente.

Me he dado cuenta de que una paja de tu tejado se ha metido en mi pelo. Nosotros los ermitaños no podemos coger nada que no nos haya sido dado, por lo tanto yo te la traigo de vuelta”

Tírela al suelo, Señor, y siga su camino” dijo el terrateniente.

Y pensó para sí: “¡Imagínate! Este asceta es tan honesto que ni siquiera quiere coger una paja que no le pertenezca. ¡Qué persona tan rara!”

Entonces, grandemente impresionado por la honestidad del asceta, el terrateniente lo despidió de nuevo deseándole un buen viaje.

En aquel tiempo, el Bodhisattva, que había renacido como un mercader, iba de viaje hacia la frontera por motivos de negocios, y sucedió que paró en el mismo pequeño poblado, donde él vio al asceta volver con el trozo de paja. En su mente creció la sospecha de que el asceta tenía que haberle robado algo al terrateniente. Él le preguntó a aquel hombre tan rico si él había depositado algo al cuidado del asceta.

El terrateniente le contestó bastante excitado: “Si, cien piezas de oro”

El mercader le sugirió: “Bien, ¿Por qué no va, y ve si aún están a salvo?”

El terrateniente se dirigió a la ermita abandonada, escavó donde había dejado su dinero, y encontró que había desaparecido.

Volviendo a toda prisa a dónde se encontraba el mercader, gritó: “¡No está allí!”

El mercader dijo: “Con toda seguridad el ladrón es ese pillo de pelo largo, que aparenta ser un asceta. ¡Cojámoslo!”

Los dos hombres corrieron tras el pícaro, y lo alcanzaron rápidamente. Ellos lo patearon y golpearon hasta que el les mostró dónde había escondido el oro. Después de que habían recuperado el dinero, el mercader miró a las monedas, y con desprecio le preguntó al asceta: “¿Por qué estas cien monedas de oro no turbaron tanto tu conciencia como lo hizo la paja? ¡Ten cuidado, hipócrita, de no volver a emplear este truco nunca más!”

Cuando su vida llegó a su fin, el mercader murió y le fue de acuerdo a sus abandonos.

Cuando terminó esta lección, el Buda dijo: “Por lo tanto, monjes, podéis ver que este monje era tan amigo de la intriga en el pasado como lo es hoy”.

Entonces identificó el nacimiento diciendo: “Este monje era el intrigante asceta de aquellos días, y yo era el sabio y buen mercader”

 

 

 

Jataka Nº 78 El Tesorero Avaro.

Illisa Jataka

Esta historia fue contada por el Buda en el Monasterio de Jetavana, y trata sobre un tesorero real, tremendamente rico, el cual vivía en una ciudad llamada Sakkara, cerca de la ciudad de Rajagaha. Había llegado a ser tan tacaño que nunca daba nada, ni tan siquiera la más pequeña gota de aceite que uno pudiera coger con una hoja de hierba. Peor aún que eso, él no usaba ni la más minúscula cantidad para su propia satisfacción. Su gran riqueza no le servía para nada a él, a su familia, o a la gente digna de ser recompensada en aquellas tierras.

Sin embargo, Moggallana llevó a este avaro y a su esposa a Jetavana, donde sirvieron una gran comida de pasteles al Buda y a quinientos monjes. Tras escuchar las palabras del Buda agradeciéndoselo, el tesorero real y su esposa “entraron en la corriente”.

Esa tarde los monjes estaban reunidos en el Salón de la Verdad y decían: “¡Qué grande es el poder del Venerable Moggallana. En un momento él convirtió al avaricioso a la generosidad, lo trajo a Jetavana, e hizo posible su logro! ¡Qué destacable es el Pionero!”

Mientras hablaban de este modo, el Buda entró, y les preguntó por el objeto de su conversación. Cuando se lo dijeron, el Buda les respondió: “Monjes, esta no es la primera vez que Moggallana ha convertido a este tesorero avaro. En otros tiempos, también el Pionero le enseñó cómo las acciones y sus efectos están unidas”. Y entonces el Buda contó esta historia del pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Varanasi, había un tesorero llamado Illisa que tenía ochenta clases de riquezas. Este hombre tenía todos los defectos posibles en una persona. Era cojo y jorobado, y también era bizco. Era un avaro recalcitrante, nunca daba nada de su fortuna a los demás, y tampoco él gozaba de ella.

Sin embargo, es interesante que las siete generaciones anteriores de sus antepasados hubieran sido generosos, dando lo mejor que tenían libremente. Cuando este tesorero heredó las riquezas familiares, rompió con la tradición, y comenzó a acaparar su riqueza.

Un día, cuando volvía de una audiencia con el rey, vio a un paisano cansado que estaba sentado en banco, y que estaba bebiendo una taza de licor barato con gran placer. Al verlo, el tesorero sintió el deseo de beber también licor, pero pensó: “Si yo bebo, los demás también querrán beber conmigo. ¡Eso sería un gasto ruinoso!”.

Cuanto más intentaba suprimir su sed de licor, más fuerte se hacía el anhelo. Su esfuerzo por vencer su sed hizo que se volviera tan amarillo como el algodón viejo. Llegó a estar cada vez más y más delgado, hasta que las venas se le notaban en su figura demacrada. Después de algunos días, aún incapaz de olvidar el licor, se fue a su habitación y se tumbó en su cama. Su esposa entró, le frotó la espalda, y le preguntó: “Esposo, ¿Qué va mal?”

El respondió: “Nada”

Entonces ella aventuró: “Quizás el rey está enfadado contigo”

No, no es eso”

¿Han hecho tus hijos o tus sirvientes algo que te disguste?”

No, nada de eso”

Bien, ¿Entonces tienes un deseo por algo?”

Debido al miedo de que pudiera llegar a gastar su fortuna, él aún siguió sin pronunciar ni una sola palabra.

Entonces ella le suplicó: “Habla, esposo mío. Dime, ¿Qué es lo que deseas?”

En voz baja él le dijo: “Bueno, siento deseo por una cosa”

¿Qué es, esposo mío?”dijo ella.

El susurró: “Quiero beber licor”

Entonces ella exclamó aliviada: “¿Por qué no lo dijiste antes? Haré licor suficiente para servir a toda la ciudad”

¡No! No metas en esto a los demás. ¡Que cada uno se gane su propia bebida!”

Bueno, entonces solo haré lo suficiente para nuestra calle”

¡Qué rica eres!”

Vale, entonces solo para nuestra casa”

¡Qué extravagante!”

De acuerdo, solo para nosotros y nuestros hijos”

¿Por qué molestarlos?”

Muy bien, que tan solo sea bastante para nosotros dos”

¿Tú lo necesitas?”

¡Naturalmente que no! Haré un poco de licor solo para ti”

¡Espera! Si haces algo de licor en la casa, te verá mucha gente. De hecho, es imposible el beber nada aquí”

Dándole una sola moneda de poco valor, él envió a un esclavo a que comprara una jarra de licor en la taberna. Cuando el esclavo retornó, Illisa le ordenó que llevara el licor a las afueras de la cuidad, a una remota espesura cerca del rio.

Ahora déjame solo” le ordenó Illisa.

Después de que el esclavo hubo caminado un buen trecho, el tesorero se internó en la espesura, llenó su copa, y comenzó a beber.

En aquel momento, el propio padre del tesorero, el cual había renacido como Sakra, el rey de los dioses, se estaba preguntando si la tradición de generosidad aún se mantenía en su casa, y entonces tuvo noticia del comportamiento escandaloso de su hijo. El supo que su hijo no solo había roto con la tradicional magnanimidad de su familia, sino que también había quemado las casas de beneficencia, y que había golpeado a los pobres para apartarlos de su puerta. Sakra vio que su hijo, no queriendo compartir ni tan siquiera una gota de licor barato con nadie, estaba sentado en la espesura bebiendo solo.

Cuando vio esto, Sakra exclamó: “Tengo que demostrarle a mi hijo que las acciones siempre tienen sus consecuencias. He de hacerle generoso, y digno de renacer en el reino de los dioses”

En ese mismo instante, Sakra adoptó la forma de su hijo de forma completa, con su cojera, su joroba, y su estrabismo; y entró en la ciudad de Varanasi. Se dirigió directamente a la puerta de palacio, y pidió que le anunciaran al rey.

El rey dijo: “Dejad que se acerque”

Sakra entró en la cámara real, y le presentó sus respetos.

El rey le preguntó: “¿Qué te trae por aquí a esta hora tan inusual, mi Tesorero Mayor?”

Señor, he venido porque me gustaría añadir mis ochenta tipos de riquezas a tu tesoro real”

El rey le contestó: “No, mi querido Tesorero Mayor. Yo poseo un gran tesoro. No necesito del tuyo.”

Señor, su tú no lo aceptas se lo daré a los demás”

De todas formas, tesorero, haz como quieras”

Así será, Señor” dijo Sakra. Entonces, postrándose de nuevo ante el rey, se dirigió a la casa del tesorero. Ninguno de los sirvientes podría decir que no fuera su verdadero señor. Mandó llamar al portero, y le ordenó: “Si alguien que se me pareciese apareciera y dijera que es el dueño de esta casa, esa persona debería de ser fuertemente golpeada, y arrojada fuera”.

A continuación subió por las escaleras, se sentó en un diván con brocados, y mandó buscar a la esposa de Illisa. Cuando ella llegó, le sonrió, y le dijo: “Querida mía, seamos generosos”

Cuando su mujer, sus hijos, y todos los sirvientes escucharon esto, pensaron: “¡Nunca hemos visto al tesorero pensar de esta forma! Tiene que haber bebido mucho para mostrar tan buen corazón y generosidad”

Su esposa le contestó: “Se tan caritativo como te plazca, esposo mío”

Sakra ordenó: “Id a buscar al pregonero. Quiero que él anuncie a todos los ciudadanos de la cuidad, que todo el que quiera oro, plata, diamantes, perlas, o otras gemas debería de venir a la casa de Illisa, el tesorero”.

Su esposa le obedeció, y pronto se congregó una gran multitud llevando cestos y sacos. Sakra les dio instrucciones a los sirvientes para que abrieran las puertas de los almacenes, y entonces se dirigió a la gente diciendo: “¡Estos son mis regalos para vosotros! ¡Coged lo que os guste! ¡Qué tengáis buena suerte!”

La gente de la ciudad llenó sus sacos y se llevó todo el tesoro que eran capaces de transportar. Un granjero unció dos de los bueyes de Illisa a un hermoso carro, lo lleno de cosas valiosas, y salió de la ciudad. Según iba rodando, iba cantando una canción en alabanza del tesorero; aconteció que pasó cerca de la espesura en la que Illisa estaba escondido.

¡Qué puedas vivir cien años, mi buen señor Illisa!” cantaba el granjero. “Lo que tú has hecho por mí en el día de hoy, me permitirá vivir sin tener que volver a trabajar. ¿Quién me dio estos bueyes? ¡Tú lo hiciste! ¿Quién me dio este carro? ¡Tú lo hiciste! ¿Quién me dio todas las riquezas que hay en este carro? ¡Una vez más, fuiste tú! Ni mi padre ni mi madre me dieron algo como esto. No, solo vino de ti, mi señor”

Estas palabras entraron hasta los huesos del tesorero. Se preguntó: “¿Por qué este tipo menciona mi nombre? ¿Habrá el rey dado toda mi riqueza?” Salió de la espesura, e inmediatamente reconoció a su carro y sus bueyes.

Saliendo de entre los arbustos tan rápido como pudo, sujetó a los bueyes por el aro de la nariz, y grito: “¡Para! ¡Estos bueyes me pertenecen!”

El granjero se apeó del carro y comenzó a golpear al intruso. “¡Farsante! Esto no es tuyo. Illisa, el tesorero, está dando todas sus riquezas a toda la cuidad”

Golpeó al tesorero dejándolo tirado en el suelo, se volvió a subir al carro, y comenzó a rodar.

Agitado por el enfado, Illisa se levantó solo, corrió tras el carro, y volvió a coger a los bueyes. Una vez más, el granjero saltó del carro, cogió a Illisa por los cabellos, y lo golpeó fuertemente. Entonces volvió a subir al carro, y partió.

Dolorido y ensangrentado, intentó entrar en su propia casa, diciendo que él era Illisa, pero los porteros lo detuvieron.

¡Tú villano! ¿Dónde crees que vas?” le gritaron. Y siguiendo las órdenes le golpearon con varas de bambú, lo cogieron por el cuello, y lo tiraron escaleras abajo.

Solo el rey me puede ayudar ahora” gimió Illisa, y se arrastró hasta el palacio del rey.

Señor, ¿Por qué? ¿Por qué me has robado de esta forma?”

Yo no te he robado, mi querido Tesorero Mayor. Tú mismo me ofreciste en primer lugar todas tus riquezas. Y entonces tu ofreciste tus propiedades a los ciudadanos de la ciudad”

Señor, ¡Yo nunca hice tal cosa! Su Majestad sabe cómo soy de cuidadoso con el dinero. Usted sabe que yo nunca daría ni la más pequeña gota de aceite. Quizá Su Majestad quisiera mandar a buscar a la persona que ha robado mis riquezas. ¡Por favor, interróguelo sobre este asunto!”

El rey ordenó a su guardia que le trajeran a Illisa, y ellos volvieron con Sakra. Los dos tesoreros eran tan exactamente idénticos que ni el rey, ni nadie en la corte podrían decir cuál era el verdadero tesorero.

Señor, yo soy el tesorero. ¡Este es un impostor!” suplicaba Illisa.

El rey le contestó: “Mi querido señor, yo realmente no puedo decir cuál de los dos es el verdadero Illisa. ¿Hay alguien que pueda distinguir con seguridad entre ambos?”

Illisa respondió: “Si Señor, mi esposa puede”

Entonces el rey mandó buscar a la esposa, y le preguntó cuál de los dos era su marido. Ella sonrió a Sakra, y se puso a su lado. Cuando los hijos de Illisa y los sirvientes fueron llamados, y se les hizo la misma pregunta, todos ellos respondieron que Sakra era el verdadero tesorero.

De repente, Illisa recordó que él tenía una cicatriz en la parte superior de su cabeza, que estaba oculta por el pelo, y que solo era conocida por su barbero. Como último recurso, pidió que fuera llamado su barbero. El barbero vino, y cuando se le preguntó si podría distinguir al verdadero Illisa del falso, respondió: “Por supuesto Señor, puedo decirlo si es que puedo examinar las cabezas de ambos”

El rey ordenó: “Por todos los medios, mírales a ambos sus cabezas”

El barbero examinó la cabeza de Illisa, y encontró la cicatriz. Cuando comenzó a examinar la cabeza de Sakra, el rey de los dioses rápidamente hizo aparecer una cicatriz en su propia cabeza, de forma que el barbero exclamó: “Su Majestad, ¡Ambos son bizcos, ambos son cojos, y ambos son también jorobados! ¡Ambos tienen cicatrices exactamente en el mismo lugar de sus cabezas! ¡Ni siquiera yo puedo decir cuál es el verdadero Illisa!”

Cuando Illisa escuchó esto, se dio cuenta de que su última esperanza se había desvanecido, y comenzó a temblar ante la pérdida de sus amadas riquezas. Vencido por sus emociones, sufrió un colapso, y cayó al suelo desvanecido.

Ante esto, Sakra volvió a adoptar su forma divina y se elevó en el aire.

Oh, Rey. Yo no soy Illisa. ¡Soy Sakra!

Los cortesanos rápidamente arrojaron agua a la cara de Illisa para revivirlo. Tan pronto como recobró su consciencia, el tesorero se arrastró a sus pies y se postró ante Sakra.

Sakra dijo en voz alta: “¡Illisa! Esa riqueza era mía, no tuya. Yo fui tu padre. Durante mi vida yo fui generoso para con los pobres, y me regocijaba en hacer el bien. Debido a mi caridad, yo he renacido en este estado de grandeza. Pero tú, hombre necio, no estás andando tras mis huellas. Tú has llegado a ser un terrible avaro. Para atesorar mis riquezas, tú derruiste quemándolas mis casas de beneficencia, y arrojaste a los pobres. No has obtenido ningún disfrute de tu riqueza; ni tampoco sirve de beneficio para ningún otro ser humano. Tu tesoro es como un estanque obsesionado por demonios, en el que nadie puede saciar su sed. Sin embargo, si reconstruyes mis casas de beneficencia, y muestras caridad hacia los pobres, tú obtendrás un gran mérito. Si no lo haces, te quitaré todo lo que tienes, y destrozaré tu cabeza con mis rayos”

Cuando Illisa oyó esto, tembló de miedo, y sollozó: “¡A partir de ahora seré generoso! ¡Lo prometo!”

Aceptando esta promesa, Sakra estableció a su hijo en los preceptos, le predicó el Dharma, y volvió al reino de los dioses.

Fiel a su palabra, Illisa practicó la caridad con diligencia, y acometió muchas buenas obras. Llegó incluso a renacer en el cielo.

Entonces el Buda dijo: “Ya veis monjes, esta no es la primera vez que Moggallana ha convertido a este tesorero avaro. En aquellos tiempos, el tesorero era Illisa; Moggallana era Sakra, el rey de los dioses; Ananda era el rey; y yo mismo era el barbero”

 

Jataka Nº 512 El Quinto Precepto (No Tomar intoxicantes)

Kumbha Jataka.

Una vez, mientras el Buda permanecía en el Monasterio de Jetavana, en Savatthi, Visakha, que era una rica devota Budista, fue invitada por quinientas mujeres que ella conocía para asistir a un festival que se celebraba en la ciudad.

Visakha les respondió: “Es un festival para beber. Y yo no bebo”

Ellas les respondieron: “Vale, sigue y hazle una ofrenda al Buda, que nosotras nos divertiremos en el festival”

A la mañana siguiente, Visakha sirvió al Buda y a la Orden de los Monjes en su propia casa, haciendo grandes ofrendas de los cuatro requisitos.

Esa tarde, ella se dirigió a Jetavana para ofrecerle al Buda incienso y hermosas flores, y para escuchar la enseñanza. Aunque las otras mujeres aún estaban bastante bebidas, la acompañaron. Incluso a la misma puerta del monasterio, ellas continuaron bebiendo. Cuando Visakha entró en el salón, ella se postró reverentemente ante el Buda, y se sentó respetuosamente a un lado. En cambio, sus quinientas acompañantes se comportaban de forma inapropiada. De hecho parecía que no sabían dónde se encontraban. Incluso estando frente al Buda algunas de ellas bailaban, otras cantaban, algunas daban tumbos borrachas, y algunas reñían entre sí.

Para inspirar un sentido de urgencia en ellas, el Buda emitió una radiación luminosa de color azul oscuro desde su entrecejo, y de repente todo se volvió oscuro. Las mujeres se sintieron aterrorizadas por el miedo a la muerte, e instantáneamente quedaron sobrias. Entonces el Buda desapareció de su asiento, y apareció de pie sobre la cumbre del Monte Meru. Desde el rizo de pelo blanco de su entrecejo emitió un rayo de luz tan brillante como si mil Lunas y Soles estuvieran brillando.

El Buda les instó: “¿Por qué os reis y disfrutáis, vosotras que siempre sois quemadas, y estáis rodeadas por la oscuridad? ¿Por qué no buscáis la luz?”

Las palabras del Buda tocaron sus mentes, que ahora estaban receptivas, y las quinientas mujeres llegaron a “entrar en la corriente”.

Entonces el Buda retornó, y se sentó en su habitación. Visakha se postró ante él una vez más, y le preguntó: “Venerable Señor, ¿Cuál es el origen de esta costumbre de beber alcohol, el cual destruye la modestia de la persona y su sentido de la vergüenza?”

En respuesta a la pregunta de Visakha, el Buda le reveló esta historia de un lejano pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Varanasi, un cazador llamado Sura se dirigió hacia el Himalaya desde su hogar, en Kasi, yendo en busca de un gamo. En aquella remota jungla, había un árbol singular, cuyo tronco crecía hasta la altura de un hombre con sus manos levantadas sobre su cabeza. En ese punto se abrían tres ramas, y en medio de ellas quedaba formado un hueco del tamaño de un gran barril de agua. Cuando llovía, el hueco se llenaba hasta el borde de agua. Alrededor del árbol crecía un ciruelo amargo, un ciruelo agrio, y una viña de pimienta. La fruta madura de los ciruelos y la pimienta caía directamente en el agujero. Cerca de allí había un terreno en el que crecía el arroz silvestre. Los loros arrancaban las espigas del arroz, y se ponían a comerlo en el árbol. Alguna de las semillas caía dentro del agua. Bajo el calor del sol, el líquido en el hueco fermentaba, y llegaba a coger un color rojo sangre.

En la estación cálida, bandadas de pájaros sedientos iban allí a beber. Rápidamente quedaban intoxicados, intentaban elevarse haciendo espirales, solo para caer borrachos a los pies del árbol. Después de dormir un poco de tiempo, se levantaban y marchaban volando, gorgojando alegremente. Una cosa similar sucedía con los monos y otros animales que vivían en los árboles.

El cazador observó todo esto y se preguntó: “¿Qué habrá en el hueco de ese árbol? No puede ser veneno, porque si lo fuera, los pájaros y los animales morirían”.

El bebió algo del líquido, y se sintió intoxicado lo mismo que ellos. Al beber, sintió un fuerte deseo de comer carne. Encendió un pequeño fuego, rompió los cuellos de algunas de las perdices, aves, y de otras criaturas que estaban en el suelo inconscientes al pie del árbol, y los asó sobre las ascuas. Borracho, él gesticulaba con una mano, mientras que con la otra atiborraba su boca.

Mientras estaba comiendo y bebiendo, el recordó a un ermitaño llamado Varuna que vivía cerca de allí. Deseando compartir su descubrimiento con el ermitaño, Sura llenó un tubo de bambú con el licor, envolvió algo de la carne asada, y se dirigió hacia la cabaña de ramas del ermitaño. Tan pronto como llegó, le ofreció al ermitaño algo del brebaje, y ambos comieron y bebieron con gran placer.

El cazador y el ermitaño se dieron cuenta de que esta bebida podría ser la forma de hacer fortuna. Lo metieron dentro de largos tubos de bambú, que llevaban balanceándose en los extremos de unos palos que llevaban sobre sus hombros, y lo llevaron a Kasi. Desde el primer punto de control fronterizo ellos enviaron un mensaje al rey diciendo que los elaboradores de bebida habían llegado. Cuando estuvieron reunidos, cogieron el alcohol y se lo ofrecieron al rey. El rey tomó dos o tres copas, y llegó a estar intoxicado. Después de unos pocos días, él ya había consumido todo lo que los dos hombres habían llevado, y preguntó si quedaba algo más.

Sí, Señor” le contestó.

¿Dónde?” preguntó el rey.

En los Himalayas”

¡Id y traedlo!” ordenó el rey.

Sura y Varuna volvieron de nuevo al bosque, pero pronto se dieron cuenta del gran problema que era el volver cada vez a las montañas. Tomaron nota de todos los ingredientes, y reunieron todo lo necesario, de forma que fueron capaces de elaborar el licor en la ciudad. Los ciudadanos comenzaron beber el licor, se olvidaron de trabajar, y llegaron a empobrecerse. La ciudad pronto pareció como si fuera una ciudad fantasma.

En aquel momento, los dos hombres se marcharon y llevaron su negocio a Varanasi, dónde ellos enviaron un mensaje al rey. Allí también el rey se unió a ellos, y les ofreció su apoyo. Conforme el hábito de beber se fue extendiendo, los asuntos del día a día se fueron deteriorando, y Varanasi declinó de la misma forma en que lo había hecho Kasi. Sura y Varuna a continuación fueron a Saketa, y tras abandonar Saketa, se dirigieron a Savatthi.

En aquel tiempo, el rey de Savatthi se llamaba Sabbamitta. El les dio la bienvenida a los dos mercaderes, y les preguntó que querían. Ellos pidieron grandes cantidades de los principales ingredientes, y quinientas grandes jarras. Después de que todo había sido combinado, pusieron la mezcla en las jarras, y ataron a un gato a cada una de ellas para protegerlas de las ratas.

Conforme fermentaba, comenzó a rebosar y caer. Sucedió que los gatos lamieron la bebida que rebosaba, y debido a la potente bebida, comenzaron correr cayéndose hacia los lados, y estando completamente intoxicados, se echaron a dormir. Las ratas vinieron, y les mordisquearon orejas, nariz y rabo.

Los hombres del rey estaban impresionados, e informaron al rey de que los gatos atados a las jarras habían muerto al beber el licor que se escapaba.

Seguramente que estos hombres han hecho veneno” fue la conclusión a la que llegó el rey, e inmediatamente ordenó que fueran decapitados. Cuando Sura y Varuna estaban siendo ejecutados, sus últimas palabras fueron: “¡Señor, es licor! ¡Es delicioso!”

Tras haber dado muerte a los mercaderes de bebida, el rey ordenó que las jarras fueran rotas. Pero para entonces los efectos del alcohol ya habían pasado, y los gatos estaban jugando alegremente. Los guardias informaron de esto al rey.

El rey dijo: “Si hubiera sido veneno, los gatos habrían muerto. Después de todo, quizá sea delicioso. Bebámoslo.”

El rey ordenó que la ciudad fuera decorada, y que se levantara un pabellón en el patio. Se sentó en un trono real bajo un parasol blanco, y rodeado por sus ministros, se preparó para beber.

En aquel momento, Sakra, el rey de los dioses, estaba contemplando el mundo, y se preguntaba: “¿Quién está cuidando de sus padres con dedicación? ¿Quién se está comportando bien con cuerpo, habla y mente?”

Cuando vio al rey sentado en su pabellón real, dispuesto a beber el brebaje, pensó: “Si el Rey Sabbamitta bebe eso, todo el mundo será destruido. Tengo que asegurarme de que no lo beba.”

Al instante Sakra adoptó la forma de un Brahmín y, llevando una jarra de licor en la palma de su mano, apareció de pie en el aire frente al rey.

¡Compra esta jarra! ¡Compra esta jarra!” gritaba.

El rey Sabbamitta lo vio, y le preguntó: “¿De dónde vienes, brahmán? ¿Quién eres? ¿Qué jarra es esa que tienes?”

Sakra le contestó: “¡Escucha! Esta jarra no contiene mantequilla, ni aceite, ni melaza, ni tampoco miel. Escucha los innumerables vicios que contiene esta jarra.

Quien beba de esta jarra, pobre loco estúpido, perderá el control de sí mismo hasta que el tropiece en el suelo, y caiga dentro de una zanja o pozo negro. Bajo su influencia el comerá cosas que nunca tocaría en su sano juicio. ¡Por favor, cómprala! ¡Esta que es la peor de las jarras, está a la venta!

El contenido de esta jarra distraerá a la inteligencia del hombre hasta que se comporte como un bruto, dándole a su enemigo la diversión de reírse de él. Hará posible que él cante y baile estúpidamente frente a una asamblea. ¡Por favor, compra este maravilloso licor por la obscena alegría que da!

Incluso el más tímido perderá toda modestia al beber de esta jarra. El hombre vergonzoso puede olvidar el problema que para él supone la vestimenta adecuada, y desnudo correr por toda la ciudad sin ninguna vergüenza. Cuando esté cansado, descansará felizmente en cualquier sitio, ajeno a cualquier peligro y a la decencia. Tal es la naturaleza de esta bebida. ¡Por favor, cómprala! ¡Esta que es la peor de las jarras, está a la venta!

Cuando uno bebe esto, uno pierde el control de su cuerpo, tambaleándose como si no pudiera permanecer de pie, temblando, dando sacudidas, y violentamente convulso, como un muñeco de madera manejado por las manos de otra persona. ¡Compra mi jarra!¡Está llena de vino!

El hombre que bebe de ella está ajeno a todos los peligros porque él pierde sus sentidos. Uno puede quemarse hasta la muerte en su cama, ser devorado por una jauría de chacales, arrojado a un charco, y llegar a ser reducido a la esclavitud o a la penuria; no hay ningún infortunio al que no nos pueda llevar el beber de esta jarra.

Habiendo bebido de ella, los hombres pueden estar tumbados sin sentido en el camino, revolcándose en su propio vómito y lamidos por los perros. Una mujer puede llegar a estar tan intoxicada que atará a sus padres a un árbol, que injurie a su marido, y en su ceguera puede incluso llegar a maltratar o abandonar a su único hijo. Tal es la mercancía contenida en esta jarra.

Cuando un hombre bebe de esta jarra, el puede llegar a creer que todo el mundo es suyo, y que no debe respeto a nadie. ¡Compra esta jarra! ¡Está llena hasta el borde de la más fuerte de las bebidas!

Cuando uno se hace adicto a esta bebida, todas las familias de clase alto perderán su riqueza y verán arruinado su nombre. ¡Compre esta jarra, Señor! ¡Está a la venta!

En esta jarra hay un líquido que hace que se pierda el control de la lengua y de los pies. Crea una risa y un llanto irracional. Nubla la visión y deteriora la mente. Hace a un hombre despreciable.

El beber de ella creará lucha. Los amigos discutirán y terminarán a golpes. Incluso los dioses fueron susceptibles a ella, y perdieron sus cielos por culpa de la bebida. ¡Compra esta jarra, y prueba el vino!

Debido a este brebaje, se hablan falsedades con verdadero placer, y las acciones prohibidas se ejecutan con alegría. Un falso coraje llevará al peligro, y los amigos serán traicionados. El hombre que bebe esto hará muchas acciones como desafío (hacia lo correcto), no siendo consciente de que él mismo se está dirigiendo hacia el infierno. ¡Intente beber esto, Señor! ¡Compre mi jarra!

Quien beba de este brebaje cometerá faltas con cuerpo, habla, y mente. Verá lo bueno como malo, y lo malo como bueno. Incluso la persona más recatada actuará de forma indecente cuando esté bebida. El más sabio de los hombres hablará insensateces. ¡Compra este precioso líquido, y hazte adicto a él! Te irás acostumbrando a comportarte mal, a mentir, a abusar, a la suciedad, y a la desgracia.

Cuando están completamente ebrios, los hombres son como bueyes que han caído los suelos golpeados, colapsados, y todos en un montón. Ningún poder humano puede competir con el venenoso poder del licor. ¡Compra mi jarra!

En resumen, el beber esto destruirá toda virtud. Hará que desaparezca la vergüenza, erosionará la buena conducta, y matará la buena reputación. Manchará y nublará la mente. Si es que puedes permitirte beber este licor tóxico, Señor, ¡Compra mi jarra!

Cuando el rey oyó esto, se dio cuenta de la gran miseria que sería causada por la ingesta de alcohol. Muy contento de haber sido advertido del peligro, él deseó expresar su gratitud.

Entonces él le dijo: “Brahmán, tú has sobrepasado incluso a mi padre y a mi madre en tu cuidado hacia mí. En gratitud por tus excelentes palabras, déjame darte cinco pueblos que tú elijas, cien mujeres que te sirvan, setecientas vacas, y diez carruajes tirados por caballos de pura sangre. Tú has sido un gran maestro.”

Revelando su identidad, Sakra le replicó: “Como rey de los dioses de los Treinta y Tres, no necesito nada. Puedes quedarte con tus pueblos, sirvientes, y ganado. Disfruta de su deliciosa comida, y conténtate con los pasteles dulces. Deléitate en las verdades que te he predicado. De esta forma tú serás intachable en este mundo, y lograrás un glorioso renacimiento en el cielo en tu siguiente vida”

Con estas palabras, Sakra retornó a su propio mundo.

El Rey Sabbamitta hizo votos de abstenerse del alcohol, y ordenó que se rompieran las jarras. A partir de ese día, el guardó los preceptos y generosamente dio limosnas. Vivió una buena vida, e indudablemente renació en el cielo.

Sin embargo, con posterioridad el hábito de consumir alcohol se extendió a través de India, y fue mucha la gente que se vio afectada.

El Buda terminó su lección aquí, e identificó el nacimiento: “En aquel tiempo, Ananda era el rey; y yo era Sakra”

 

 

Jataka Nº 190 Un Buen Amigo.

Silanisamsa Jataka

El Buda contó esta historia referente a un piadoso seguidor laico estando en el Monasterio de Jetavana.

Una mañana, cuando este discípulo lleno de fe llegó a las orillas del Rio Aciravati, en su camino hacia Jetavana a dónde se dirigía para escuchar al Buda, se encontró con que no había barcas en el punto de embarque. Los barqueros habían llevado sus barcas hacia la otra orilla, que estaba muy lejana, y ellos también se habían marchado para escuchar al Buda. La mente del discípulo estaba tan absorta y llena de deleitosos pensamientos acerca del Buda, que aunque se puso a caminar por el río, sus pies no se hundían bajo lasuperficie y andaba a través del agua como si fuera sobre tierra seca. Sin embargo, cuando se dio cuenta de las olas al alcanzar la mitad del rio, su éxtasis aminoró, y sus pies comenzaron a hundirse. Pero tan pronto como concentró su mente en las cualidades del Buda, sus pies se elevaron, y fue capaz de seguir lleno de gozo caminando sobre las aguas.

Cuando llegó a Jetavana, él le rindió sus respetos al Maestro, y se sentó a un lado.

El Buda dijo dirigiéndose al discípulo: “Buen laico, espero que no hayas tenido contratiempos en tú camino.”

El discípulo respondió: “Venerable Señor, mientras venía hacia acá, yo estaba tan absorto en pensamientos sobre el Buda que cuando llegué al rio, fui capaz de andar a través de él lo mismo que si fuera sólido.”

Entonces el Buda dijo: “Amigo mío, tú no eres el único que ha sido protegido de esta forma. En tiempos remotos, unos piadosos laicos fueron recogidos por un barco en medio del océano, y ellos se salvaron gracias al recordar las virtudes de un Buda.”

Entonces, a requerimiento del hombre, el Buda contó esta historia del pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, en la época del Buda Kassapa, un discípulo laico que ya había entrado en el sendero, compró un pasaje en un barco junto con uno de sus amigos, un rico barbero. La esposa del barbero le pidió a este discípulo que cuidara de su marido.

Una semana después de que el barco abandonara el puerto, se hundió en medio del océano. Los dos amigos se salvaron al poder cogerse a una tabla, y finalmente fueron arrastrados hasta una isla desierta. Hambriento, el barbero mató algunos pájaros, los cocinó, y ofreció una parte de su comida al seguidor del Buda.

Él le contestó: “No, gracias. Estoy bien.”

Entonces comenzó a pensar para sí: “En este lugar tan solitario, no tenemos ayuda ninguna salvo la de las Tres Joyas.”

Cómo se sentó a meditar en las Tres Joyas, un rey Naga que había nacido en esa isla, se transformó en un hermoso barco lleno de las siete cosas preciosas. Los tres mástiles estaban hechos de zafiro, las tablas y el ancla eran de oro, y las cuerdas de plata.

El timonel, que era un espíritu del mar, se levantó en cubierta y gritó: “¿Hay algún pasajero para India?”

El discípulo contestó: “Sí, ahí es donde vivimos”

Pues entonces, sube a bordo” dijo el espíritu.

El hombre se agarró para subir a bordo del hermoso navío, y se volvió para llamar a su amigo el barbero.

Entonces el espíritu del mar le dijo: “Tú sí que puedes venir, pero él no”

¿Y por qué no?” preguntó el discípulo.

El espíritu le contestó: “Porque él no lleva una vida de virtud. Yo traje este barco para ti, pero no para él.”

Ante esto, el laico le anunció: “En ese caso, todos los regalos que yo he dado, todas las virtudes que yo he practicado, todos los poderes que yo he desarrollado, de todos ellos le doy el fruto a él.”

¡Gracias, Maestro!” sollozó el barbero.

Muy bien, podéis subir los dos a bordo” les dijo el espíritu.

El barco transportó a los dos hombres a través del mar, y remontó el Rio Ganges. Tras dejarlos sanos y salvos en su hogar en Varanasi, el espíritu del mar utilizó su poder mágico para crear una inmensa riqueza para ambos. Entonces, elevándose en el aire, instruyó a los hombres y a sus amigos: “Buscad la compañía del sabio y del bueno. Si este barbero no hubiera estado en compañía de este piadoso laico, habría perecido en el medio del océano.”

Finalmente, el espíritu del mar volvió a sus dominios, llevando con él al rey Naga.

Tras finalizar este discurso, el Buda identificó el nacimiento, y enseñó el Dharma, tras lo cual el piadoso laico entró en el fruto del segundo Camino.

El Buda dijo: “En aquella ocasión, el discípulo alcanzó el estado de Arhat. Shariputra era el rey Naga, y yo era el espíritu del mar.”

 

Jataka Nº 322 El Sonido que Oyó la Liebre.

 

Duddubha Jataka

Una mañana, mientras algunos monjes estaban haciendo su ronda de limosnas en Savatthi, pasaron junto a varios ascetas de diferentes sectas que estaban practicando austeridades. Algunos de ellos estaban totalmente desnudos, y se acostaban sobre espinas. Otros se sentaban en torno a un ardiente fuego bajo el calor abrasador del Sol.

Más tarde, mientras los monjes estaban hablando de los ascetas, ellos le preguntaron al Buda: “Señor, ¿Hay alguna virtud en aquellas prácticas ascéticas tan extremadas?”

El Buda les respondió: “No monjes, no hay ni virtud, ni ningún mérito especial en ellas. Cuando son examinadas y comprobadas, son como un sendero sobre un estercolero, o como el sonido que oyó la liebre.”

Perplejos, los monjes dijeron: “Señor, nosotros no sabemos nada de ese sonido. Por favor, dinos que fue.”

Ante su petición, el Buda les contó esta historia del remoto pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Varanasi, el Bodhisattva nació como un león en un bosque, cerca del Océano Occidental. En una parte de ese bosque había una arboleda de palmas que estaba mezclada con árboles de belli. En esa arboleda vivía una liebre bajo un arbolito de palma, a los pies de un árbol de belli.

Un día la liebre se encontraba bajo el joven árbol de palma, pensando ociosamente: “Si esta tierra fuese destruida, ¿Qué me pasaría a mí?”

En aquél mismo instante, sucedió que cayó un fruto maduro del árbol de belli, y golpeó la hoja de palma haciendo un fuerte “¡THUD!”

Asustada con este sonido, la liebre brincó, y exclamó: “¡La tierra se está colapsando!” E inmediatamente huyó, sin ni tan siquiera echar una mirada hacia atrás.

Otra liebre, viéndola pasar corriendo para salvar su vida, le preguntó: “¿Qué va mal?”, y también comenzó a correr.

¡No preguntes!” jadeó la primera. Esto alarmó aún más a la segunda, y aceleró para seguirla.

¿Qué va mal?” preguntó de nuevo.

Parando tan solo un momento, la primera de las liebres exclamó: “¡La Tierra se está rompiendo!”. Ante esto, las dos escaparon juntas.

Su miedo era contagioso, y otras liebres se les unieron hasta que todas las liebres de aquel bosque huyeron juntas. Cuando otros animales vieron la conmoción y preguntaron acerca de qué iba mal, ellas con la respiración entrecortada les decían:”¡La Tierra se está destruyendo!”, y entonces ellos también comenzaban a correr para salvar sus vidas. De esta forma, a las liebres pronto se les unieron rebaños de ciervos, de jabalíes, de alces, de búfalos, de toros salvajes, y también rinocerontes, una familia de tigres, y algunos elefantes.

Cuando el león vio esta amplia estampida de animales, y oyó la causa de esta huida, pensó: “Verdaderamente, la Tierra no se está acabando. Tiene que haber sido algún sonido que ellos han interpretado mal. Si yo no actúo con rapidez, ellos morirán. ¡Tengo que salvarlos!”

Entonces, corriendo tan rápido como solo él podía correr, se puso frente a ellos, y rugió tres veces. Ante el sonido de su poderosa voz, todos los animales se pararon donde estaban. Jadeantes, juntos temblaban de miedo. El león se acercó, y les preguntó por qué estaban corriendo.

Ellos le respondieron: “¡Se está colapsando la Tierra!”

¿Quién la vio colapsarse?” preguntó el león.

Algunos animales contestaron: “Los elefantes saben todo al respecto.”

Cuando les preguntó a los elefantes, ellos dijeron: “Nosotros no sabemos nada. Los tigres lo saben.”

Los tigres dijeron: “Los rinocerontes lo saben.” Los rinocerontes dijeron: “Los toros salvajes lo saben.” Los toros salvajes dijeron: “Los búfalos lo saben.” Los búfalos dijeron: “Los alces lo saben.” Los alces dijeron: “Los jabalíes lo saben.” Los jabalíes dijeron: “Los ciervos lo saben.” Los ciervos dijeron: “Las liebres lo saben.”

Entonces cuando les preguntó a las liebres, ellas le indicaron una en particular, y dijeron: “Esta nos lo contará.”

El león le preguntó: “Señor, ¿Es verdad que la tierra se está rompiendo?”

La liebre dijo: “Sí, señor. Yo lo vi”

El león volvió a preguntar: “¿Dónde estabas cuando lo viste?”

La liebre contestó: “En el bosque, en una arboleda de palmas mezclada con árboles de belli. Yo estaba tumbado bajo una palma, a los pies de un árbol de belli, pensando: “Si esta tierra fuese destruida, ¿qué sería de mí?” En ese mismo instante oí el sonido de la tierra rompiéndose, y huí”

Tras escuchar esta explicación, el león se dio cuenta exactamente de lo que había sucedido realmente, pero quiso verificar sus conclusiones, y demostrar la verdad a los demás animales.

El gentilmente logró calmar a los animales, y les dijo: “Yo cogeré a la liebre, y juntos iremos a ver si la tierra se está acabando o no dónde él dice que lo está. Hasta que volvamos, esperad aquí.”

Colocando a la liebre sobre su espalda de color ámbar, él corrió a toda velocidad de vuelta hacia ese bosque. Entonces posó a la liebre y le dijo: “Vamos, muéstrame el lugar que tú dices”

La liebre contestó: “No me atrevo, señor.”

No temas” dijo el león.

La liebre, temblando de miedo, no quería arriesgarse a ir cerca del árbol de belli. El solo podía apuntar, y decir: “Hacia allí, señor, es el lugar del terrible sonido.”

El león fue hacia el lugar que le indicó la liebre. Pudo ver el lugar en el que la liebre estuvo tumbada sobre la hierba, y vio el fruto maduro de belli que había caído en la hoja de palma. Habiéndose asegurado cuidadosamente de que la tierra no se estaba rompiendo, subió de nuevo a la liebre sobre su espalda, y volvieron a dónde estaban esperando los animales.

Les dijo lo que había encontrado, y dijo: “No tengáis miedo.” Ya confiados, todos los animales volvieron a sus lugares habituales, y reasumieron sus habituales rutinas.

Aquellos animales se habían puesto ellos mismos en un gran peligro porque ellos escucharon rumores y miedos infundados, en vez de intentar encontrar ellos mismos la verdad. Verdaderamente, de no haber sido por el león, aquellas bestias se habrían precipitado al mar, y perecido. Fue solo debido a la sabiduría y compasión del Bodhisattva por lo que ellos escaparon de la muerte.

Tras concluir la historia, el Buda identificó el nacimiento: “En aquel tiempo, yo era el león”

 

Trad, por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.