Esto he oído: cierta vez el Buda estaba residiendo en la ciudad de Sravasti, en el Monasterio de Jetavana, en el Parque de Anathapindika.

Tras la muerte del Rey Prasenajit, su hijo Vaidurya ascendió al trono. Debido a que los reyes vasallos no reinaban gobernando de acuerdo al Dharma, fueron incontables los matados siendo pisados por elefantes (una forma de ejecución). Muchas mujeres de las castas más elevadas, viendo esto, abandonaron la vida mundana, y se hicieron monjas. Algunas de estas mujeres eran del clan de los Sakya y de la familia real, y eran agradables y bellas más allá de toda comparación. Cuando quinientas de estas mujeres abandonaron el deseo y el placer, y se unieron a la Sangha, toda la gente del país se alegró, y contribuyeron para cubrir sus necesidades.

Una vez, estas monjas se dijeron unas a otras: “Aunque hemos tomado los votos, aún no hemos degustado el aroma del Dharma; no hemos abandonado el apego, el odio, o la ignorancia, y esto es un error. Vayamos a la monja Prajapati, y escuchemos el Dharma.”

Entonces se dirigieron a dónde se encontraba la monja Prajapati, se postraron ante ella, y le dijeron: “Hermana, cuando fuimos ordenadas no probamos el néctar del Dharma. Te imploramos que nos lo des tú.”

La monja Prajapati les respondió: “Todas vosotras sois de las castas más elevadas y tenéis los siete tesoros: elefantes, caballos, ministros, hombres y mujeres sirvientes, campos de cultivo, y riquezas. ¿Por qué abandonasteis todo esto, cuando sois incapaces de separaros de los placeres debido a los engaños, como hice yo, y de entrar en la enseñanza? Vosotras haríais mejor en volver a vuestros hogares, y disfrutar con vuestros maridos e hijos, y ser felices durante esta vida.”

Cuando oyeron esto, las mujeres lloraron, y se marcharon. Entonces fueron a una monja llamada Utpala, se postraron ante ella, le preguntaron por su salud, y le dijeron: “Hermana, aunque hemos renunciado al mundo y nos hemos hecho monjas, nosotras aún estamos encadenadas por el deseo y el placer, y somos incapaces de liberarnos de las impurezas. Te imploramos, hermana, que nos instruyas en el Supremo Dharma.”

La monja Utpala les dijo: “Preguntad cualquier cosa que deseéis respecto al pasado, presente, o futuro, y yo os lo contaré.”

Las monjas le respondieron: “Hermana, dejemos el pasado y el futuro por el momento; te suplicamos que nos enseñes el Dharma del presente, y que elimines nuestras dudas.”

La monja Utpala dijo: “El apego es como el fuego. Incluso ríos y montañas son consumidos por él, y eventualmente lo quema todo como si fuera hierba. A través del poder del apego, uno hace daño a los demás, y debido a ello cae en los tres malos renacimientos, y entonces no hay medios para alcanzar la liberación. Cuando una mujer se casa, ella verdaderamente está sujeta al sufrimiento. Si ella se ve separada de su marido, siente pesar. El nacimiento, la enfermedad, la vejez, la muerte, y el castigo del rey, todas ellas son miserias que no se pueden mitigar. Si cuando alguien muere renace en el infierno, eso también es un sufrimiento sin fin. Para una persona casada hay poca felicidad, y mucho dolor.

Mis padres eran mendicantes, aunque pertenecían a una casta alta. Ellos me casaron con un mendicante, un hombre sabio e inteligente, alguien que había oído muchas enseñanzas, y tuvimos un hijo. Más tarde, cuando los padres de mi esposo murieron, yo volví a quedar encinta. Cuando se fue acercando el momento del nacimiento del niño, yo le dije a mi marido que deseaba volver a casa de mis padres, y tener al niño allí. Mi marido aceptó, y los tres nos pusimos en marcha. Cuando llegamos a la Provincia Central, mis dolores de parto comenzaron. Llegue a sentirme mal, y me acosté bajo un árbol, dando a luz a medianoche. Mi marido estaba durmiendo a una cierta distancia.

Durante la noche, él fue mordido por una serpiente venenosa. Y fue incapaz de pedir ayuda. Por la mañana, justo al amanecer, yo lo encontré muerto, con su cuerpo ya comenzando a desintegrarse. Yo me desmayé, pero mi hijo, al ver a su padre tirado allí muerto, empezó a gritar. Sus gritos me devolvieron a la consciencia. Me levanté, puse a mi hijo mayor a mi espalda, llevando al bebé junto a mi pecho, y llorando porque ahora ya no tenía a mi querido esposo, nos fuimos. Pasamos a través de un desolado yermo y llegamos a un profundo y ancho rio. Incapaz de llevar conmigo a los dos niños al mismo tiempo, dejé al niño mayor en la orilla, y puse sobre mí al bebé. Entonces, cuando yo volvía para coger al primero de los niños, él saltó al agua tan pronto como me vio, y fue arrastrado por la corriente. Cuando volví a la otra orilla encontré que un lobo se había comido a mi bebé, y que su sangre aún estaba en el suelo.

Yo comencé a andar sola, y durante el trayecto me encontré en el camino a un mendicante que era pariente nuestro. Me preguntó a dónde iba, y por qué estaba viajando sola. Cuando yo le pregunté acerca de mis padres, él dijo: “La casa de tus padres ha sido derruida por un incendio, y toda la gente que vivía allí murió quemada viva. Tus padres ya no están entre los vivos.”

 

Yo me desmayé después de oír esto, pero mi pariente me ayudó a ponerme en pie, y me llevó a su casa, donde me cuidó con gran cariño, como si fuera su propia hija. Yo viví allí felizmente durante un tiempo; entonces un mendicante me pidió matrimonio. Yo me casé con él, y éramos felices. Yo me quedé encinta otra vez, y cuando llegó la hora de alumbrar al niño, mi marido se fue a un festival. Yo cerré la puerta, y estaba sentada con los dolores del parto cuando mi marido regresó borracho, el llamó a la puerta, y como nadie fue a abrir, derribó la puerta, entró, y comenzó a golpearme. Cuando yo grité: “¡No me golpees!¿No ves que estoy pariendo un hijo?”, el se puso aún más furioso. Mató al bebé que había acabado de nacer, lo frió en aceite, y me hizo comerlo, aunque yo protestaba que no podía comer la carne de mi propio hijo. Más tarde lo abandoné, y me marché a Benarés.

Mientras estaba sentada bajo un árbol en las afueras de Benarés, un grupo de personas pasó llevando el cuerpo de la esposa de un joven cabeza de familia. Mientras el cabeza de familia estaba sentado llorando por su esposa a la que estaba muy apegado, me vio, y se dirigió a mí con estas palabras:” Mujer, ¿cuál es la razón por la que estás sentada aquí sola?”

Yo le conté todo lo que había sucedido, y el dijo: “Tú y yo seremos hombre y mujer.” Yo acepté, nos casamos, y no mucho después él murió. En aquel lugar era costumbre que cuando el marido fallecía, su esposa era abandonada con su cuerpo, y era enterrada con él. Durante la noche, un ladrón vino a robar las pertenencias del cuerpo del difunto, y mientras escavaba en la tumba, me encontró a mí, y me cogió para él.

El fue capturado mientras estaba robando, y fue ejecutado por orden del rey. Entonces sus hermanos me enterraron en tierra, junto con su cuerpo. Tres días más tarde, un lobo me desenterró, y pude escapar. Entonces yo pensé: “¿Debido a qué malas acciones pasadas yo me encuentro con el desastre tantas veces, y sin embargo de alguna forma me recobro? Yo he oído que un hijo de los Sakyas ha alcanzado la Iluminación. El es llamado el Buda, y es famoso por conocer el pasado y el futuro. Iré a él, y él me salvará.”

 

Entonces yo me dirigí al Parque de Anathapindika, y desde la distancia vi al Buda sentado como si fuera un árbol en plena floración, como la Luna llena en medio de muchas estrellas. Y el Buda, que con su omnisciencia, sabía que yo había ido para ser convertida, se levantó, y me dijo: “Ven”

Yo estaba turbada y avergonzada, y abrochando mi pecho, me senté en el suelo. Entonces el Buda le dijo a Ananda: “Ananda, viste a esta mujer con tu propio hábito”

Ananda me dio su hábito, y yo lo puse, me postré a los pies del Buda, junté mis manos, y dije: “Señor, por tu gran compasión, ordéname”

El Buda le dijo a Ananda: “Ananda, esta mujer va a ser ordenada monja. Llévala a la monja Prajapati”

Cuando la monja Prajapati me ordenó, y me enseño la Doctrina de las Cuatro Nobles Verdades, yo rápidamente la apliqué, y alcancé el fruto de un Arhat, y ahora conozco todas las cosas del pasado, del presente, y de futuro.”

Entonces las monjas le preguntaron: “Hermana, ¿Habiendo hecho qué tipo de acciones has cosechado tal fruto?”

Utpala dijo: “Escuchad bien todas vosotras, y guardadlo en vuestra mente, que yo os lo explicaré. En épocas pasadas, había un hombre muy rico, a quien al no haberle nacido ningún hijo con su primera esposa, se casó de nuevo, y esta segunda esposa pronto le dio un hijo. El padre y la madre amaban al niño, y lo cuidaban con gran ternura.

La primera esposa pensó: “Aunque mi familia es de una casta elevada, no hay ningún hijo que la continúe. Cuando este chico crezca, él heredará toda la propiedad, no me dará nada, y yo estaré en la miseria.”

Con estos pensamientos de malicia y de deseo de mal surgiendo en su mente, ella decidió matar al niño. Cogiendo una aguja, ella perforó la parte blanda de su cabeza, y pronto el niño murió. Puesto que no había marcas, nadie sabía lo que había sucedido, pero la segunda esposa la acusó de haber matado a su bebé.

 

La primera esposa solemnemente juró: “Si yo he matado a tu hijo, ¡Que en mis vidas futuras, puedan mis maridos ser mordidos por serpientes venenosas! Si yo tengo un hijo, ¡Que pueda él ser devorado por un lobo! ¡Que pueda yo ser enterrada viva, y comer la carne de mi propio hijo! ¡Que puedan mi padre y mi madre ser quemados vivos dentro de su propia casa! Yo fui esa primera esposa que hizo ese juramento en aquellos tiempos, y ahora todos los malos karmas de aquel juramento han fructificado.”

Entonces las monjas le preguntaron: “Hermana, ¿Debido a ejecutar qué tipos de acciones virtuosas te ha dado la bienvenida y ordenado el Buda, y has alcanzado ahora el fin del samsara?

Utpala respondió: “Hace mucho tiempo, en la tierra de Benarés, había una montaña llamada El Lugar de Reunión de los Sabios Renunciantes, en la que vivían muchos Pratyekabuddhas, Shravakas, y aquellos dotados de poderes espirituales. En cierta ocasión, cuando un Pratyekabuddha había ido a la ciudad en busca de limosnas, la esposa de un cabeza de familia lo vio, se regocijó, y le ofreció comida. A continuación, el Pratyekabuddha se elevó en el cielo, y de su cuerpo surgía luz y manaba agua, y andaba, se sentaba, y se acostaba en el cielo, exhibiendo muchos poderes.

La esposa del cabeza de familia hizo un voto:”Ah, Santo, ¡Que en el futuro pueda yo llegar a ser como tú!”

Era yo quien hizo aquel voto en aquellos tiempos, y ha sido gracias al poder de ese voto por lo que yo he encontrado al Buda ahora, y mi mente ha sido liberada. Pero antes de que yo lograra el fruto del Arhat, yo he soportado sufrimientos como si hubiera sido traspasada desde lo alto de mi cabeza, hasta las suelas de mis pies, por un cincel de hierro al rojo vivo”

Cuando las quinientas monjas escucharon esto, comprendieron que el deseo y el placer son como hoyos llenos de fuego, y sus pensamientos de apego cesaron. Comprendieron que los sufrimientos de la vida matrimonial son como una prisión, y cortaron con ella. Sus impurezas cesaron, y cuando entraron en el samadhi de los tres tiempos, ellas se convirtieron en Arhats.

 

Entonces las monjas, al unísono, le dijeron a la monja Utpala: “Porque tú nos has enseñado el Dharma a nosotras, a nosotras que estábamos completamente encadenadas por el apego, nosotras hemos alcanzado el fin del ciclo de nacimiento y muerte. Te alabamos y te damos las gracias. Cuando uno enseña el Dharma a los demás, y el fruto es realizado, verdaderamente uno llega a ser el Hijo, o la Hija de los Budas.”

 

Trad. por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.